Primeros pasos para meditar
La primera vez que hice una meditación fue una sensación muy extraña porque no lograba ahuyentar los pensamientos. La mente no deja de pensar, el cerebro siempre está activo. Sin darnos cuenta la actividad es permanente, oímos y pensamos, pensamos y hablamos, o simplemente escuchamos pensando sin hablar y posicionándonos en lo que oímos.
Mi Maestro me enseñó que para comenzar debía relajarme, estar en una habitación, de ser posible a oscuras y encender una vela. Debemos estar sentados, relajados, mirando la luz de la vela. La luz está en continuo movimiento y debemos permanecer con la mirada fija en un punto de la llama. Poco a poco iremos descubriendo los distintos colores que desprende hasta llegar al color azul. Ese color está en el centro de la llama. Cuando logremos ver ese color seguramente sin darnos cuenta hemos logrado que el cerebro deje de pensar. Ese estado es necesario para empezar a sentir nuestro espíritu.
Esos fueron los primeros pasos para lograr meditar, relajarme, sentir paz y sentir mi propio ser.
Como no era fácil hacerlo de esta forma porque siempre tenía interrupciones, había ruidos, gente a mi alrededor, comencé a realizarlo una vez me acostaba, sin la vela, simplemente cerrando los ojos, relajada, centrando mi mente en un punto que veía a través del tercer ojo, como se llama en metafísica, tratando de buscar la luz de la vela a oscuras, mirando en el centro de mi mente. No fue fácil, no lograba encontrar la luz, no veía nada, solo oscuridad. Insistí por mucho tiempo hasta que un día dio resultado, de pronto vi un punto de luz. Ese punto a través de las prácticas diarias fue creciendo hasta que ocupaba todo el espacio.
La práctica diaria es alquimia que de tanto repetir se logra un resultado. Quizás no es el que buscamos y nos sorprende lo que encontramos, pero siempre hace que nuestro ser, nuestro espíritu crezca.